¿Por qué delante de las demás niñas preferías hacer como que no sabías comer o vestirte sola?
¿Por qué preferías decir que se te había olvidado la flauta en casa a tocar delante de los demás?
¿Por qué no levantabas la mano o decías «no sé» cuando te preguntaban?
¿Por qué te daba miedo mostrarte en público?
¿Por qué te sentías incomprendida?
No fue hasta que me hice las preguntas correctas cuando comprendí que algo de mi historia escolar no había ido bien.
No fue hasta que eché la vista atrás y analicé toda mi infancia, adolescencia y vida adulta hasta que pude hacerme la pregunta adecuada que me llevaría a la respuesta con la que averiguaría aquello que en el fondo siempre supe.
¿Por qué ocultaba mis capacidades?
Aquel domingo experimenté algo que no podría explicar con palabras. Cuando teclee en Google «alumnos que ocultan sus habilidades» y me encontré con aquel documento de Orientación educativa en alumnado con altas capacidades del País Vasco en el que leí sobre la (no) identificación del alumnado con altas capacidades y las diferencias de género, la menor identificación de las niñas por su capacidad de adaptación al entorno, el concepto de niños y niñas underground (los que se ocultan), la precocidad en ocasiones presente en casos de altas capacidades…
Fue como una revelación.
No podía parar de leer aquel documento una y otra vez…
Yo fui una de esas alumnas…
¡¿Cómo no me había dado cuenta antes?!
Estaba sola en casa y me pasé el día entero llorando y alucinando mientras veía videos y leía sobre altas capacidades, la precocidad intelectual y las niñas superdotadas.
Un shock.
Toda mi vida me pasó por delante y de pronto entendí por qué siempre me sentí tan incomprendida, por qué siempre me sentí diferente, por qué me sentía un fraude, por que sentía que merecía más de lo que había conseguido…
Por qué a veces siento que me va a explotar la cabeza de tanto pensar, por qué me irritan tanto a veces los ruidos, la luz y algunas prendas de ropa.
Por qué tengo esa gran capacidad de abstracción (por la que se me ha tomado por tonta muchas veces) y el por qué de esa intensidad emocional que me ha hecho plantearme mi salud mental.
Incluso por qué estudié Pedagogía.
Resulta que tengo altas capacidades, que soy superdotada…
Las piezas del puzle por fin encajaron
Y no es un proceso nada fácil.
El pasado 2 de abril me dieron los resultados de la evaluación y siento el alivio más grande que jamás he sentido.
Llevo mucho tiempo ocultándome y obviando muchas de mis capacidades y deseos y guardándolos bajo tierra y con llave. Siendo quienes los demás esperan que sea y no quien yo misma quiero ser.
Negarse a una misma tiene sus consecuencias. Ser quien no eres durante 27 años daña tu autoestima y autoconcepto. No saber quién eres duele, más aún cuando en el fondo sabes el potencial que tienes.
Sin embargo, ahora lo sé y eso ha supuesto para mí un gran cambio.
Ahora puedo hablar, no solo como profesional, sino también desde mi experiencia personal.
Y es fascinante.
Mi historia escolar (muy breve)
Precocidad intelectual y aburrimiento
Hoy quiero contarte algunos de los episodios clave de mi historia escolar, que siempre supe, pero que ahora puedo entender mejor.
Son las piezas clave de mi puzle. La información que analicé como profesional y me hizo «hacer clic» y darme cuenta de que se habían pasado muchas cosas por alto. A esa alumna le pasaba algo…
Empecé Educación infantil en un cole mi barrio, muy cerca de mi casa. Cuando entré el primer día todos los niños y niñas lloraban. Todos menos yo, que estaba deseando entrar. Al poco rato una monja salió conmigo de la mano diciendo «se nos ha colado un bebé»… Este tipo de mensajes calan y tuve que escucharlos varias veces a lo largo de mi escolaridad (aunque también de adulta) porque siempre he parecido más pequeña de lo que era, además nací en diciembre, y ya sabemos los prejuicios que hay con los niños de diciembre…
Pronto empecé a mostrar claros signos de aburrimiento:
Profe: «Sandra ¿Cuál es el color del tomate?»
Sandra: «¿Qué pasa que tú no te lo sabes?»
Profe: «Sí Sandra, pero quiero que me lo digas tú ¿De qué color es el tomate?»
Sandra: «¿Qué tomate? ¿El de la ensalada o el del arroz blanco?»
Profe: «Bueno pues el de la ensalada» (por ejemplo)
Sandra: «Pues el tomate de la ensalada es del mismo color que el tomate del arroz blanco»
En otra ocasión, la profesora nos mandó una tarea y dijo «Cuando terminéis podéis salir al patio», pensando que ninguno iba a terminar. Pero yo terminé en quince minutos. Obviamente, me levanté y me fui al patio yo solita. Vinieron a por mí y me regañaron porque no podía estar sola en el patio
Sandra: «Pero ¿por qué? si he terminado… ¡Me dijiste que podía salir!»
Evidentemente yo me encabezoné porque no me dejaban estar sola en el patio y yo no quería volver a clase. Me parecía súper injusto: ¡yo había terminado!
Hubo un par de meses que falté a la escuela por un virus estomacal. En dos semanas había recuperado el tiempo perdido.
Afortunadamente, aquella profe sí lo supo ver y le dijo a mi madre que me cambiase de colegio, que aquello no era para mí.
Y, con 5 años, en tercero de infantil, me cambiaron de colegio.
¿Qué pasó al cambiar de colegio?
Como era tan pequeñita, al resto de niñas les parecía una muñeca y supongo que les encantaba jugar a aquello de hacer de mamás y a mí me trataban como si fuera un bebé. Y yo, que quería encajar, les seguía el juego.
El caso es que, cuando les dieron las notas a mis padres, nada les cuadraba. Resulta que no sabía vestirme ni comer sola, las demás niñas me tenían que ayudar…
Mis padres atónitos claro está, porque para nada era así.
De hecho, en el nuevo colegio llevaba uniforme y en el primero no. Las broncas por quitarme el chándal y ponerme el vestido eran intensas… No solo sabía vestirme sola sino que no me gustaba que me vistiesen y prefería hacerlo yo misma (quería ir guapa, claro que sí…). Las discusiones con 3 añitos de edad eran lo siguiente:
Sandra: No me quiero poner el chándal para ir al colegio porque estoy fea
Mi madre: Te lo tienes que poner
Sandra: ¿Por qué?
Mi madre: Porque lo dice la directora que tienes que ir con el chándal y llevar baby como los demás niños
Sandra: ¿Cómo que baby? No, el baby no, que estoy muy fea
Mi madre: Es que tienes que llevarlo, lo llevan todos los niños
Sandra: ¿y por qué?
Mi madre: Porque en el colegio nos dicen que todos los niños tenéis que ir con el Baby para no mancharos
Sandra: ¿y por qué si yo no quiero?
Por qué, por qué y por qué
La lucha duró varios días, hasta que mi madre recurrió a su gran arma de madre el “porque lo digo yo”. Ilusa de ella creyó que así ganaría la batalla: «Te pones el chándal porque te lo tienes que poner y punto, no te lo digo más» (típica frase de madre seguro que sabes ponerle el tono adecuado).
Y entonces empieza el espectáculo: niña llorando, madre riñendo, niña se resiste, llora y patalea…
Al fin parece que me resigné y mi madre consiguió ponerme el chándal. O eso creía. Resulta que cuando fue a vestirse para salir, al volver me había quitado el chándal y me había puesto el vestido y los zapatos (otra vez). Por supuesto, de nuevo gritos y pataleta hasta que mi madre lo dejó por imposible. Me iba al colegio con el vestido, los zapatos y el abrigo de los domingos.
Era tozuda, sí.
Y resulta que llego al nuevo colegio ¡Y NO SÉ VESTIRME SOLA!
A mis padres les tomaban por locos, claro está.
El caso es que, tras insistir mis padres en que eso no podía ser cierto, desde el departamento de orientación se me realizó una evaluación y se concluyó que, al contrario de lo que ellas sospechaban, Sandra era «mucho más madura que los niños y niñas de su edad» concluyendo que:
«Se le pasará. Llegará un momento en que se pondrá a la altura del resto y será como los demás».
Y aparentemente eso pasó…
Aparentemente.
¿Qué pasa cuando una niña que se oculta crece?
Que aprende a camuflarse aún mejor.
Tuve otro par de episodios llamativos en cuanto a lo de ocultar capacidades.
Primero y segundo de primaria fueron buenos años, el profe sabía llevarme bien pero, al pasar de curso la cosa cambió.
Llegamos el primer día tras el verano y la profesora nos mandó escribir una redacción «¿Qué has hecho este verano?» y yo puse «He ido al pueblo con mis abuelos y a la playa con mis tíos».
Fin.
Supongo que no me apetecía dar más información.
Comentario de la nueva tutora tras ver mi redacción: «Creía que vuestra hija era retrasadita, ya he hablado con su profe anterior y me ha dicho que Sandra engaña mucho»…
Esto mejor ni lo comentamos.
Y luego está el episodio de la flauta.
Tocando la flauta todo el día en casa (los vecinos estarían contentos). Me encantaba y se me daba realmente bien. Deberes de música en el cuaderno de 10 e impecables. Pero ¿Qué pasaba cuando llegaba la hora de mostrarlo en clase?
«No me lo sé», «Se me ha olvidado el cuaderno/la flauta en casa»
Hasta que al llegar las notas, de nuevo la sorpresa: «Sandra no sabe tocar la flauta».
Mis padres atónitos, claro está.
Hablaron conmigo y me convencieron para tocar la última partitura en clase (era la canción de los pollitos) y llevar el cuaderno a la profesora porque sino me suspendía. No solo no me suspendió sino que alucinó.
A grosso modo, estas son algunas de las piezas de mi puzle.
Quizá ahora se entienda mejor por qué escribí un post sobre el efecto Pigmalión en el alumnado con altas capacidades.
La adolescencia es caso aparte pero, resumiendo muchísimo, según vas avanzando de etapa aprendes a camuflarte mejor y, en mi caso, aquello de «no me lo sé» era mi intervención estrella en las clases, mi frase favorita cuando me preguntaban. Y, cuando no te preguntan, directamente no intervienes (aunque sepas la respuesta).
Cada vez te ocultas mejor.
Pero cuando llega la etapa adulta la única responsable de las consecuencias de estas conductas eres tú y tienes esta forma de actuar tan arraigada que crees que eres así, y no. Y eso te genera problemas de identidad y de autoestima muy grandes (no te entiendes a ti misma y sabes que algo te pasa pero no sabes explicar qué) que suponen una barrera a la hora de afrontar ciertas situaciones personales y que bloquean tu desarrollo profesional.
Por qué estudié Pedagogía
El pasado Septiembre participé en un reto de Instagram sobre Pedagogía lanzado por una compañera pedagoga.
El día 2 del reto había que responder a la pregunta ¿Por qué elegiste Pedagogía?
Y contesté lo siguiente:
No lo tengo muy claro. Sé que, cuando llegó la hora de elegir, quería elegir Psicopedagogía. Pero, con la llegada del Plan Bolonia, tuve que decantarme entre Pedagogía o Psicología.
No lo dudé: Pedagogía.
En aquel momento creo que ni siquiera sabía qué era eso. O, al menos, no sabía lo que sé ahora. El concepto de Pedagogía es complejo hasta para quienes nos dedicamos a ello.
Pero yo lo supe desde el principio.
Mi madre me cuenta que yo siempre quise ser orientadora porque de pequeña intervinieron conmigo desde el Departamento de Orientación, y yo decía que quería hacer eso.
No recuerdo si mi experiencia como alumna fue buena o mala, la verdad.
Me resulta fascinante leerlo ahora y pensar que en aquel momento no sabía lo que descubriría un mes después: resultó que mi experiencia fue mala (recuerdo desbloqueado).
Lo había ocultado bien hasta para mí misma.
Ahora entiendo y sé que mi objetivo (u obsesión) por estudiar Pedagogía era hacerlo mejor de lo que lo habían hecho conmigo.
¿Por qué Pedagogía y no Psicología?
Porque era la Psicopedagoga quien pasaba aquellos test y con la Psicóloga hacía terapia. Además en los test ponía «informe pedagógico».
Fascinante el subconsciente ¿verdad?
Gracias por haber llegado hasta aquí
En fin, espero no haberte aburrido con mi historia. Este ha sido un post muy especial para mí y muy diferente a lo que tenía hasta ahora, pero necesitaba hablar de esto.
Ahora toca expresarme, hablar sin tapujos ni ocultaciones. Toca trabajar y mostrar lo que sé hacer desde la naturalidad y sin presión, disfrutar y probar cosas nuevas que siempre quise hacer.
Si estás leyendo esto y ves esta historia en la de alguna niña, ya seas madre, padre o profesional de la educación: lo único que quiere es que la entiendan.
Necesita saber quién es, que alguien le diga por qué se siente rara y se lo explique para que pueda tomar las mejores decisiones. Para que pueda probar diferentes actividades y experimentar con su potencial. Necesita ser ella misma y sentirse segura y, aunque aún no lo sabe, quiere ser una mujer adulta sana y feliz.
Haz caso a las señales y ayúdala porque su sufrimiento es evitable.
Los más afortunados habrán sido detectados y se les habrá explicado con mucho amor, que nada malo les pasa. Y el resto, los invisibles, los que en nada académico destacan, tendrán que lidiar con saberse distintos sin explicación alguna y con una autoestima rota antes de poder construirla.
Olga Carmona y Alejandro Busto (Hijos con altas capacidades).
Sandra, me ha encantado leerte y escucharte, es muy interesante todo lo q has colgado, es fantástico, me alegro mucho que estés así de bien, ya hablaremos
Muchas gracias por tu comentario Gemma
Hola Sandra, encantada. Soy Elena, trabajo en los informativos de Televisión Española. Además soy educadora infantil. Estoy preparando un reportaje sobre niños/as con altas capacidades, desmitificar su cualidad, el proceso de adaptación en la vuelta al cole, cómo un cole tiene que adaptarse, cómo detectarlo, etc.
Me gustaría contar contigo.
Te dejo mi correo para poder contactar: xxxxxx
Un abrazo